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CRISTO, EL TODO EN TODOS

Donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni Scytha, siervo ni libre; mas Cristo es el todo, y en todos. Colosenses 3:11.

Las últimas palabras del texto que componen el lema de nuestra magna fiesta espiritual de Santa Cena, son pocas, concisas y breves, sin embargo contienen realidades espirituales grandiosas, no debemos de detenernos a pensar que solamente hablan, de que en Cristo se terminaron las barreras raciales, idiomáticas y culturales, esto es verdad, más las palabras que componen nuestro lema, son la esencia y sustancia del cristianismo. Si nuestra mente las entiende cabalmente y por la fe, son grabadas en nuestro espíritu, entonces, podemos estar seguros de nuestra salvación. Déjenme tratar de establecer en qué sentido Cristo es todo.
Teológicamente hablando, existe aquello a lo que se le llama, cristianismo doctrinal y cristianismo práctico, Cristo es la esencia de ambos. Un conocimiento correcto de Cristo, es esencial para la práctica correcta de la carrera espiritual. Aquel que busca agradar a Dios no hará ningún progreso a menos que le otorgue a Cristo el legítimo lugar que le corresponde. 
Cristo lo es todo en la historia.

Hubo un tiempo en que esta tierra no existía. Las sólidas montañas, los mares sin fronteras, las altas estrellas, los inmensos cielos, alguna vez no estaban. Y el hombre, con todos los altos conceptos que tiene hoy de sí mismo, era una criatura desconocida.

¿Y dónde estaba Cristo entonces? En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios (Juan 1:1)"En el principio", se remonta hacia mucho más atrás de Génesis 1:1, en la eternidad pasada, antes que nada ni nadie fuese creado, Cristo ya estaba, "en el principio", no "desde el principio"sino "en el principio", cuando las primeras cosas vinieran a ser, Jesucristo no vino a ser, sino que ya era. El Señor Jesús antecede el comienzo de las cosas; ya Él era.

Vino el tiempo cuando la tierra fue creada en su orden actual. El sol, la luna y las estrellas, el mar, la tierra y sus habitantes fueron llamados a ser, hechos del caos y la confusión. Y, al final de todo, el hombre fue formado del polvo de la tierra.

¿Y dónde estaba Cristo entonces? Escuche lo que las Escrituras dicen: “Todas las cosas por él fueron hechas; y sin él nada de lo que es hecho, fue hecho”(Juan 1:3). “Porque por él fueron criadas todas las cosas que están en los cielos, y que están en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue criado por él y para él” (Colosenses 1:16).

¿Podemos sorprendernos de que el Señor Jesús, en Su prédica, sacara en forma continua Sus lecciones del libro de la naturaleza? Cuando habló de la oveja, el pez, los cuervos, el trigo, las flores, la higuera, el vino, habló de las cosas que Él mismo había hecho.

Vino el día en que el pecado entró en el mundo. Adán y Eva comieron del fruto prohibido y cayeron. Corrompieron su naturaleza santa en la cual ellos en un principio fueron formados. Perdieron la amistad y el favor de Dios y se volvieron pecadores culpables, inmundos y sin esperanza. El pecado vino a ser una barrera entre ellos y su santo Padre en los cielos. Si Dios hubiera tratado con ellos ajustándose a sus deseos no habría habido nada ante ellos sino la muerte, el infierno y la ruina eterna.

¿Y dónde estaba Cristo entonces? En ese mismo día, Él fue revelado a nuestros temblorosos padres como la única esperanza para su salvación. El mismísimo día que cayeron, se les dijo que la semilla de una mujer machacaría la cabeza de la serpiente, que un Salvador nacido de mujer vencería al demonio y ganaría para el hombre pecador una entrada a la vida eterna (Génesis 3:15). Cristo se estableció como la verdadera luz del mundo, en el mismísimo día de la caída; y nunca desde ese día se ha conocido ningún otro nombre por el cual las personas puedan ser salvadas, excepto el Suyo. Por Él todas las almas salvadas han entrado al cielo, desde el principio hasta hoy, y sin Él nadie nunca ha escapado del infierno.

Vino un tiempo cuando el mundo pareció hundirse y enterrarse en la ignorancia de Dios. Luego de cuatro mil años, las naciones de la tierra parecieron haber olvidado sin problemas al Dios que los creó. Los imperios egipcios, asirios, persas, griegos y romanos no hicieron nada más que propagar la superstición y la idolatría. Los poetas, historiadores, filósofos han probado que, con todos sus poderes intelectuales, no tenían el correcto conocimiento de Dios, y que el hombre, abandonado a sí mismo, fue finalmente corrompido. “El mundo, por sabiduría, no conoció a Dios” (1ª Corintios 1:21). Exceptuando unos pocos despreciados judíos en un rincón de la tierra, el mundo entero estaba muerto en ignorancia y pecado.

¿Y qué hizo Cristo entonces? Él dejó la Gloria que había tenido desde la eternidad y vino al mundo a entregar salvación: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14). Tomó nuestra naturaleza, y nació como un hombre. Como un hombre, Él hizo la voluntad perfecta de la divinidad, la que todos nosotros habíamos dejado sin hacer; como un hombre, Él sufrió en la cruz la ira divina, la cual nosotros debimos haber sufrido. Como un hombre trajo la justicia eterna para nosotros, la cual nosotros jamás hubiéramos podido alcanzar por nosotros mismos. Nos redimió de la maldición de la ley violada. Él abrió una fuente para que el pecador pudiera ser lavado de todos los pecados y la inmundicia. Él murió por nuestros pecados. Resucitó para nuestra justificación. Él ascendió a los cielos y se sentó en su trono, allí en espera de que Sus enemigos caigan a Sus pies. Y Él está sentado allí ahora, ofreciendo salvación a todos aquellos que van a Él, intercediendo por todos aquellos que creen en Él, y manejando conforme su voluntad todo lo que concierne a la salvación de las personas.

Después de lo leído, usted debe de llegar a la conclusión, de que no debe de ver a Cristo como alguien el cual no merece ser tomado en serio, pues debe de tenerlo claro, en la creación, la redención, la restitución y el juicio –en todos ellos- Cristo es “todo”.
Cristo lo es todo en la Biblia.

Encontramos a Cristo en cada parte de los dos Testamentos. Vaga e indistintamente en el comienzo, más clara y abiertamente en el medio y completa y enteramente al final, no obstante real y sustancialmente en todas partes.
La muerte y sacrificio de Cristo en favor de los pecadores, y el reino de Cristo y la futura Gloria son las luces que debemos tener presente en cualquiera de los libros de las Escrituras que leamos. La cruz de Cristo y la corona de Cristo son las claves que debemos asir firmemente si deseamos encontrar nuestro camino a través de las dificultades de la Escritura. Cristo es la única llave que abrirá muchos de los lugares oscuros de la Palabra. Algunas personas se quejan de que no pueden entender la Biblia y la razón es muy simple, no usan la llave. Para ellos, la Biblia es como los jeroglíficos de Egipto. Es un misterio sólo porque no saben y no usan la llave.

Todo sacrificio del Antiguo Testamento señalaba el perfecto sacrifico de Cristo. Cada animal muerto y ofrecido en un altar era la confesión práctica de que se buscaba un Salvador que moriría por los pecadores, un Salvador que tomaría los pecados del hombre, sufriendo en su lugar, como Su sustituto (1ª Pedro 3:18).
Era a Cristo a quien Abel buscó cuando ofreció un sacrificio mejor que Caín. No sólo era el corazón de Abel mejor que el de su hermano sino que mostró su conocimiento del sacrificio substitutivo y su fe en la expiación. Ofreció el primogénito de su ganado y la sangre y al así hacerlo declaró su convicción de que sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecado (Hebreos 11:4).

Era Cristo de quien Enoc profetizó en los días de abundante maldad, antes del diluvio. “diciendo: He aquí, el Señor es venido con sus santos millares” (Judas 1:14).
Era Cristo a quien Abraham miró cuando habitó en tiendas en la tierra prometida. Creyó que en su simiente, en uno nacido de su familia, todas las naciones de la tierra serán bendecidas. Por fe vio el día de Cristo y tuvo contentamiento (Juan 8:56).

Fue de Cristo de quien Jacob habló a sus hijos en su lecho de muerte. Él señaló a la tribu de la cual nacería y presagió: “No será quitado el cetro de Judá, Y el legislador de entre sus pies, Hasta que venga Shiloh; Y a él se congregarán los pueblos” (Génesis 49:10).

Era Cristo quien era la sustancia de la ley ceremonial que Dios entregó a Israel por la mano de Moisés. Los sacrificios de la mañana y de la tarde, el esparcimiento continuo de sangre, el altar, el propiciatorio, el sumo sacerdote, la pascua, el día de la expiación, el chivo expiatorio, todos ellos eran imágenes, formas y emblemas de Cristo y Su obra. Dios tuvo compasión de la debilidad de Su pueblo. Les enseñó de su amorosa manifestación como Cristo, línea tras línea, y –como nosotros enseñamos a los niños- usó las semejanzas. Fue en este sentido especial que: “…la ley fue nuestra guía para llevarnos a Cristo, para que fuésemos justificados por la fe” (Gálatas 3:24).

Era Cristo sobre quien fue dirigida la atención de Israel a través de sus diarios milagros, esos que fueron hechos ante sus ojos en el desierto. La columna de nubes y fuego que los guió, el maná del cielo que cada mañana los alimentó, el agua de la roca que los siguió ¡todos y cada uno de ellos eran figuras de Cristo! La serpiente de bronce, en la memorable ocasión cuando la plaga de fieras serpientes fue puesta sobre ellos, fue un emblema de Cristo (1ª Corintios 10:4, Juan 3:14).

Fue Cristo de quien todos los jueces fueron semejanzas. José, Gedeón, Jafet, Sansón y todo el resto a quienes Dios elevó para conducir a Israel desde la cautividad, todos eran emblemas de Cristo. Tan débiles, inestables y defectuosos como algunos de ellos eran, fueron puestos como ejemplos de cosas mejores para el futuro distante. Todos estaban destinados a recordar a las tribus de ese Libertador muy superior que estaba aún por venir.

Era de Cristo de quien David, el rey, era ejemplo. Ungido y escogido cuando unos pocos le daban honor, despreciado y rechazado por Saúl y todas las tribus de Israel, perseguido y obligado a abandonar su vida, un hombre de penas durante toda su vida y aún a todas vistas un conquistador, en todas estas cosas, David representaba a Cristo.

Era de Cristo de quien los profetas, desde Isaías a Malaquías, hablaron. Ellos vieron a través de un vidrio opaco. A veces hablaron de Sus sufrimientos y otras de Su gloria por venir (1ª Pedro 1:11). No siempre nos dejaron claro la distinción entre la primera y la segunda venida de Cristo. Como dos velas en una sola luz, una detrás de la otra, algunas veces vieron ambos eventos simultáneamente y hablaron de ellos en un solo aliento. Algunas veces fueron impulsados por el Espíritu Santo a escribir de los tiempos de Cristo crucificado y algunas veces del Reino de Cristo en los últimos días. No obstante el Jesús muriendo o el Jesús reinando era el sentido que siempre encontrará presente en sus pensamientos.

Es de Cristo, necesito decirlo enfáticamente, de quien todo el Nuevo Testamento está lleno. Los Evangelios son Cristo viviendo, hablando y moviéndose entre los hombres. Los Hechos son Cristo predicado, publicado y proclamado. Las Epístolas son Cristo escrito, explicado y exaltado. No obstante en todo, desde el inicio al fin, hay sólo un nombre por sobre todo nombre y ese es el nombre de Cristo.
Cristo lo es todo en la religión de todos los verdaderos cristianos.

Al decir esto, veo claramente la prueba en las Escrituras que es el propósito de Dios, que sea honrado y exaltado, en lo que compete a la salvación de los hombres, a través de su manifestación como Cristo. Cristo fue hecho carne y a través de esa maravillosa manifestación, fue como el amor de Dios a los pecadores se hizo conocido. La encarnación de Cristo y la muerte expiatoria en la cruz son las piedras fundamentales sobre las cuales el plan completo de salvación descansa. Cristo es el camino y la puerta por las cuales podemos acceder al cielo. Cristo es la raíz en la cual los pecadores escogidos deben ser injertados. Cristo es el único lugar de encuentro… Entre Dios y el hombre, Entre el cielo y la tierra, Entre la Divinidad y el pobre pecador hijo de Adán.

Es Cristo quien confiere vida a un mundo muerto (Juan 6:27). Es Cristo quien conduce a su pueblo a la gloria. Es Cristo quien conduce a las personas al perdón y la paz. En Él existe toda plenitud (Colosenses 1:19). Cristo es todo en la justificación de un pecador. Sólo a través de Él, podemos tener paz, justificación y admisión al reino de los cielos (Efesios 3:12; Romanos 3:26). Lo que el sol es en el cielo, eso es Cristo en el verdadero cristianismo.

¿Con qué puede cualquier hombre mortal ir ante Dios? ¿Qué podemos llevar como una súplica de absolución ante ese glorioso Ser en cuyos ojos el mismo cielo no es puro? ¿Diremos que hemos cumplido nuestro deber para con Dios? ¿Diremos que hemos cumplido nuestro deber para con nuestros hermanos? ¿Llevaremos nuestras oraciones, nuestra regularidad, nuestra moralidad, nuestras enmiendas, nuestras asistencias al templo? ¿Pediremos a Dios su aceptación por causa de cualquiera de estas cosas? ¿Cuál de estas cosas podrá soportar la escrutadora inspección de los ojos de Dios? ¿Cuál de ellas verdaderamente nos justificará? ¿Cuál de ellas nos permitirá enfrentar limpios el juicio y nos conducirá seguros a la gloria?

¡Ninguna, ninguna, ninguna! Tomemos cualquier mandamiento de los diez y examinémonos a la luz de él. Los hemos quebrantado repetidamente. No podemos responder favorablemente a Dios sobre ninguno de ellos. Mirémonos a cualquiera de nosotros y analicemos nuestros caminos y veremos que no somos nada más que pecadores. Sólo hay un veredicto: somos todos culpables, todos debemos morir y mereceremos el infierno. ¿Con qué podemos presentarnos ante Dios?

Debemos ir en nombre de Jesús, no hay otra base, suplicando con ninguna otra súplica que no sea esta: “Cristo murió en la cruz por los incrédulos, yo confío en Él. Cristo murió por mí y yo creo en Él”. La vestimenta de nuestro Hermano Mayor, la justicia de Cristo, es la única túnica que puede cubrirnos y habilitarnos a pararnos en la luz del cielo sin vergüenza.

El nombre de Jesús es el único nombre por el cual podremos obtener una entrada a través de la puerta a la gloria eterna. Si vamos a llegar delante de esa puerta por nuestros propios nombres, estamos perdidos, no seremos admitidos y tocaremos en vano. Si vamos en el nombre de Jesús, que es un pasaporte y sello de origen, entraremos y viviremos.

La marca de la sangre de Cristo es la única marca que nos puede salvar de la destrucción. Cuando los ángeles separen a los hijos de Adán en los últimos días, si no tenemos la marca con la sangre expiatoria, sería preferible no haber nacido nunca.
Oh, que nunca olvidemos que Cristo debe ser todo para esa alma que será justificada. Debemos estar contentos de ir al cielo como mendigos, salvados por gracia gratuita, simplemente como creyentes en Jesús o nunca seremos salvos en absoluto.

¿Hay alguno, que piensa llegar al cielo salvándose de mil maneras, sin tomar a Cristo en cuenta? “el Señor tenga misericordia de esa persona”. ¿Sin Cristo? Amigo, usted está sembrando miseria para sí mismo, y a menos que cambie, despertará en una eterna aflicción.
¿Hay alguien pensando hacerse a sí mismo adecuado para el cielo, y suficientemente bueno para pasar libremente a causa de sus propias obras? Hermano, usted está construyendo un Babel y nunca alcanzará el cielo en su actual estado.

Sin embargo, ¿hay alguien que desee ser salvo y se siente como un vil pecador? A él le digo: “Venga a Cristo, y Él lo salvará. Venga a Cristo y ponga las cargas de su alma en Él. No tema, sólo crea”.

¿Teme a la ira? Cristo puede liberarlo de la ira por venir. ¿Siente la maldición por una ley quebrantada? Cristo puede redimirlo de la maldición de la ley. ¿Se siente distante? Cristo ha sufrido para traerlo a su presencia. ¿Se siente impuro? La sangre de Cristo lo puede lavar de todos los pecados. ¿Se siente imperfecto? Usted será completo en Cristo. ¿Se siente como si fuera la nada? Cristo será todo en todo para su vida.

Ningún santo alcanzó el cielo con ninguna historia excepto por esta: “fui lavado y emblanquecido con la sangre del Cordero” (Apocalipsis 7:14). Cristo no es sólo todo en la justificación de un verdadero cristiano sino que también es todo en su santificación. Ningún hombre será alguna vez santo sino hasta que venga a Cristo y sea uno con Él. Hasta entonces, sus obras son obras muertas, y no tiene santidad alguna. Primero debe unirse a Cristo y entonces será santo. “Sin Él, separados de Él, usted nada puede hacer” (Juan 15:5).

Ningún hombre puede crecer en santidad, a menos que permanezca en Cristo. Cristo es la gran raíz de la cual cada creyente debe extraer su fortaleza para seguir adelante. Él como Espíritu es Su regalo especial, Su regalo comprado para Su pueblo. Un creyente no debe solamente “recibir a Cristo el Señor” sino“caminar con Él, y arraigarse y sobreedificarse en Él” (Col. 2:6,7)

¿Desea ser santo? Entonces Cristo es el maná que debe comer diariamente, como Israel en el desierto. ¿Desea ser santo? Entonces Cristo debe ser la roca de la cual usted diariamente beba el agua viva. ¿Desea ser santo? Entonces debe mirar siempre a Jesús, mirar Su cruz y tomar renovados bríos para una caminata más cercana con Dios; mirar Su ejemplo, tomándolo como su modelo. Mirándolo a Él se volverá como Él. Mirándolo a Él, su rostro brillará sin saberlo. Mírese menos a sí mismo y más a Cristo y encontrará que sus pecados residentes cejarán y lo abandonarán y sus ojos serán abiertos más y más cada día (Hebreos 12:2, 2ª Corintios 3:18).

El verdadero secreto para salir del desierto es abandonarse en el Amado (Cantares 8:5). La verdadera forma de ser fuerte es darse cuenta de nuestra debilidad y sentir que Cristo debe ser todo. El verdadero camino para crecer en gracia es hacer uso de Cristo como una fuente para las necesidades de cada minuto. Debemos emplearlo a Él como la esposa del profeta empleó el aceite, no sólo para pagar nuestras deudas sino para continuar viviendo. Debemos luchar para ser capaces de decir: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí: y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó a sí mismo por mí (2º Reyes 4:7, Gálatas 2:20).

¡Me apeno por aquellos que tratan de ser santos sin Cristo! Toda su labor es en vano. Están poniendo dinero en un saco roto. Están derramando agua en un harnero. Están haciendo rodar una enorme piedra redonda colina arriba. Están construyendo un muro con mortero sin templar. Créanme, están comenzando equivocadamente. Deben venir a Cristo primero y Él les dará Su espíritu santificador. Deben aprender a decir junto con Pablo “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13).

Cristo no solamente es todo en la santificación de un verdadero cristiano sino lo es todo en su consuelo en los tiempos presentes. Una persona salvada tiene muchas tribulaciones. Tiene un cuerpo como cualquier hombre, débil y frágil. Tiene un corazón como cualquier otro hombre y a menudo, también, uno más sensible. Enfrenta pruebas y pérdidas que tiene que soportar como otros y a menudo mucho más. Tiene su cuota de participación de pesares, muertes, desengaños, cruces.

Tiene: El mundo al que oponerse, un lugar en la vida para comportarse intachablemente, parientes no convertidos que soportar pacientemente, persecuciones que afrontar, y una muerte para morir. ¿Y quién es suficiente para todas estas cosas? ¿Qué posibilitará a un creyente para soportar todo esto? Nada más que la consolación que hay en Cristo (Filipenses 2:1).

Jesús es verdaderamente el Hermano nacido para la adversidad. Él es el Amigo que permanece más cercano que un hermano, solo Él puede consolar a Su pueblo. Él puede ser tocado con los sentimientos de sus iniquidades porque Él las sufrió en Sí mismo (Hebreos 4:15). Él sabe lo que es la pena porque Él fue un hombre de pesares. Él sabe lo que es un cuerpo doliente porque Su cuerpo fue afligido con dolor. El lloró: “Todos mis huesos están fuera de sus coyunturas”(Salmo 22:14). Él sabe lo que es la pobreza y el trajín porque a menudo estaba cansado y no tuvo ningún lugar para descansar Su cabeza. Él sabe lo que es el desagravio familiar porque ni Sus hermanos creyeron en Él. No tuvo ningún honor en Su propia casa.

Y Jesús sabe exactamente cómo consolar a Su pueblo afligido. Él sabe… Cómo poner aceite y vino en las heridas del espíritu, cómo llenar los espacios en los corazones vacíos, cómo administrar una palabra adecuada al afligido, cómo sanar un corazón roto, cómo confortarnos en la enfermedad, cómo acercarnos cuando estamos desvanecidos, y dice “No temas, Yo soy tu salvación” (Lamentaciones 3:57)


Hablemos de compasión, no hay compasión como la de Cristo. En todas nuestras aflicciones, Él se conduele. Sabe de nuestras penas. En todos nuestros dolores, Él se duele y es el buen médico, Él no nos dará ni una gota de dolor de más. David una vez dijo: “En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, tus consolaciones alegraban mi alma” (Salmo 94:19). Muchos creyentes, estoy seguro, pueden decir lo mismo: “A no haber estado Jehová por nosotros, Diga ahora Israel; A no haber estado Jehová por nosotros, Cuando se levantaron contra nosotros los hombres, Vivos nos habrían entonces tragado, Cuando se encendió su furor en nosotros. Entonces nos habrían inundado las aguas; Sobre nuestra alma hubiera pasado el torrente: Hubieran entonces pasado sobre nuestra alma las aguas soberbias. Bendito Jehová, Que no nos dio por presa a sus dientes. Nuestra alma escapó cual ave del lazo de los cazadores: Quebróse el lazo, y escapamos nosotros. Nuestro socorro es en el nombre de Jehová, Que hizo el cielo y la tierra” (Salmo 124:5).

Parece maravilloso ver cómo un creyente sale de todos sus problemas. Parece fuera de comprensión ver cómo es llevado a través del fuego y el agua. Sin embargo, la verdadera razón de ello es tan sólo ésta: Cristo no es sólo justificación y santificación sino también consolación.
¡Oh, usted que desea consolación que no falla, le encomiendo a Cristo! Sólo en Él no hay fallas. Los hombres ricos se desilusionan de sus tesoros. Los hombres doctos se desilusionan de sus libros. Los esposos se desilusionan de sus esposas. Las esposas se desilusionan de sus maridos. Los padres se desilusionan de sus hijos. Los hombres ilustres se desilusionan cuando, tras muchas luchas, logran un lugar y poder y descubren, a su costo, que hay más dolor que placer, que es un problema que decepciona, molesta, no termina y preocupa, son vanidad e irritación del espíritu. No obstante, ningún hombre ha sido jamás defraudado por Cristo.

Así como Cristo es todo en los consuelos para un verdadero creyente, en los tiempos actuales también lo es en todas sus esperanzas en los tiempos venideros. Supongo que encontraremos pocos hombres y mujeres, que no tengan esperanzas de alguna clase sobre sus almas. Sin embargo, las esperanzas de una vasta mayoría no son nada más que vana imaginación. No están cimentadas en fundación sólida. Ningún hombre, excepto un verdadero hijo de Dios –el sincero y perseverante cristiano- puede dar cuenta razonable de la esperanza que hay en él. Ninguna esperanza es razonable sino es escritural.

Un verdadero cristiano tiene una buena esperanza cuando mira adelante; el hombre mundano no tiene ninguna. Un verdadero cristiano ve la luz a la distancia; el hombre mundano no ve nada más que oscuridad. ¿Y cuál es la esperanza de un verdadero cristiano? Es sólo esta, Jesús: Viniendo nuevamente, viniendo sin pecado, viniendo a todo Su pueblo, viniendo a enjugar toda lágrima, viniendo a levantar a Sus santos durmientes de la tumba, viniendo a reunir a toda Su familia, que permanecerá por siempre con Él.

¿Por qué un creyente es paciente? Porque espera por la venida del Señor. Puede soportar cosas difíciles sin murmurar. Sabe que el tiempo se acerca. Espera tranquilamente por el Rey.
¿Por qué es moderado en todas las cosas? Porque espera que su Señor regrese pronto. Su tesoro está en el cielo, las mejores cosas para él están aún por venir. El mundo no es su descanso, aunque es un hotel, un hotel que no es su hogar. Sabe que: “Porque aun un poquito, Y el que ha de venir vendrá, y no tardará”. Cristo viene y eso es suficiente (Hebreos 10:37).

Esta es en verdad una: “esperanza bienaventurada” (Tito 2:13). ¡Ahora es el tiempo de esforzarse –luego las eternas vacaciones! Ahora las olas de un mundo problemático nos sacuden –luego vendrá la quietud de la bahía. Ahora es la diáspora -luego el encuentro. Ahora es el tiempo de la siembra -luego el de la cosecha. Ahora es el tiempo de trabajar -luego el salario. Ahora es la cruz -luego la corona.

Las personas hablan de sus “expectativas” y esperanzas en el mundo. Ninguna tiene tan sólida expectativa como las de un alma salva, que puede decir: “Alma mía, en Dios solamente reposa; Porque de él es mi esperanza” (Salmo 62:5).

En toda verdadera religión salvadora Cristo es: todo en justificación, todo en santificación, todo en consuelo, todo en esperanza.
Bendita es la madre cuyo hijo lo sabe y mucha mayor bendición si él así lo siente también. ¡Oh, que los hombres se prueben a sí mismos y vean lo que saben de esto en beneficio de sus propias almas!

Amados, después de esta reflexión y todavía con mucho que decir, por espacio y tiempo, no me queda más que decir: ¡verdaderamente Jesucristo es el todo en todos! Vayamos a Santa Cena, con el corazón saturado de amor hacia Él y no nos guardemos nada, en su presencia, derramemos nuestra eterna gratitud por siempre.